Contra la nueva educación (Alberto Royo, 2016) es un libro que como su propio nombre indica va en contra de la nueva educación y se centra en la importancia del conocimiento que según su autor se va perdiendo con las nuevas innovaciones pedagógicas. Con el título, el Sr. Royo:
«… se opone a la novedad, si es dañina, y defiende la tradición, cuando es valiosa. Ni rechaza toda la innovación ni alaba las tradiciones que no son dignas de elogio» (página 25).
Tras un buen rato en la librería leyendo su argumento y ojeando su interior decidí adquirirlo a sabiendas de que me iba a «enfadar» durante la lectura, pero considero que hay que leer de todo para poder conocer los argumentos de los demás y de esa manera rebatirlos con el propio conocimiento y en especial, con la experiencia. No obstante, para mi sorpresa, hay más afirmaciones que comparto con el autor que las que no comparto, por lo que al final apenas llegué a alterarme.
El libro está compuesto por 8 capítulos donde realiza una firme defensa del conocimiento y se expone en ferviente contraposición a los gurús educativos que no han pisado un aula. El recorrido se inicia con la educación en valores, cuyos programas se desarrollan con mucho adoctrinamiento a excepción de determinados casos como aquellos que otorga a la memorización gran importancia y continúa por la tecnología y creatividad, donde se ensaña contra el maestro creativo Ken Robinson. Considero que es importante desarrollar la creatividad entre nuestro alumnado y que cada persona nos puede enseñar algo, Sir Robinson también. Por otro lado, el señor Royo se adentra en la innovación educativa compartiendo verdades que siempre deben estar presente pero que en algunas ocasiones se pueden llegar a olvidar:
«Innovar no puede consistir en borrar la tradición, sino precisamente en conocerla a fondo para, una vez dominada, poderla trascender y aportar, entonces sí, novedades que supongan una mejora o una evolución, un salto creativo» (página 50).
Además, durante el capitulo aparecen las primeras grandes disensiones con el autor, ya que para él ¿¡cómo se va a hacer al alumnado evaluador!?¿¡otorgarle protagonismo en sus aprendizajes!?¿¡aprendizaje por proyectos!? Evidentemente mi contestación a las tres preguntas es sí, la de él es un no rotundo.
Por otro lado, el plurilingüismo también está presente ya que es la gran novedad del sistema educativo y en el que se van introduciendo multitud de idiomas y, en algunos casos, se va perdiendo la capacidad de nuestro alumnado para comprender perfectamente en castellano. El autor no se muestra totalmente en contra pero hay que hacerlo bien, en eso creo que todos estamos de acuerdo. De los idiomas a la empleabilidad pasando por las emociones, según Royo, éstas no deben estar nunca por encima del conocimiento y en este sentido, no se yo hasta que punto es más importante: si gestionar las emociones o saber la historia de España, me decanto por lo primero para acceder después a lo segundo. Además manifiesta que la labor del docente es ser un transmisor de conocimientos, según mi opinión mi labor va mucho más allá. Afirmaciones que recogen estas ideas:
«Como nuestros alumnos, parece, ya son excelentes, podemos dedicarnos a ayudar a nuestros jóvenes a conocerse y confiar en sí mismo, a comprender a los demás, a reconocer y expresar emociones e ideas, a desarrollar el autocontrol, a aprender a tomar decisiones responsables, a valorar y cuidar su salud, a mejorar sus habilidades sociales, a resolver problemas y a evitar conflictos. Porque, como digo, su formación académica es inmejorable» (página 85).
«…si el conocimiento se apreciara y no hubiera dudas de que la transmisión de conocimientos es la labor fundamental del profesor, muy pocos se aventurarían a hablar de educaciones emocionales, coaching o emprendimiento» (página 129).
En los últimos capítulos realiza un análisis de la pedagogía a través de diferentes prácticas como las tertulias dialógicas, flipped classrroom o polygon system. En ese análisis comenta que muchas de estas prácticas ya se hacen pero que no se le ponen nombre, cierto, muchas de las innovaciones que se nos venden ya se están haciendo pero sin publicidad.
Durante todo el texto queda patente su defensa por la educación pública y por buscar lo mejor para sus alumnos/as, ambas aspectos son dignos de reconocer:
«Uno enseña (o hace todo lo que puede), influye (o lo pretende), da ejemplo (o lo intenta), con la intención de poner su granito de arena en relación con cada uno de lso alumnos que pasan por sus manos, con el noble propósito de colaborar en el desarrollo de sus capacidades hasta el máximo de lo que puedan y quieran dar, de sembrar en ellos la curiosidad por aprender y disfrutar de lo que uno aprende» (página 201).
Interesante lectura.
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